lunes, 21 de noviembre de 2011

Acostumbrado a juzgar...

Tu desobediencia abraza mis noches en silencio, la soledad ampara la intimidad quitada por el miedo. 
Soy un triste cantautor que resucita cuando te extiendes por mi piano, mientras compongo esta tragicomedia en la que no se si llorar de la risa o reír por no llorar.

La vida nace juntando las migajas, los sueños son la suma de las piedras del camino y las sensaciones, son aquello que tienes cuando no estas muerto. Metros de música y compases, metros de miradas y sonrisas, caricias kilométricas contando un nuevo anochecer. Cada noche apareces en mis sueños, creo que se trata de un flechazo cautivo, prohibido y fuera del campo de visión.

No debí pasar aquella noche por ese banco, ella me esperaba allí sentada, entre sollozos me prometió fidelidad y esperanza, buena fe tuve durante días y años, pero pasar por los momentos deja secuelas, duras secuelas que son difíciles de olvidar para alguien tan rencoroso como yo. Clavaste mi mente entre las esquinas de tu cabeza, fue tan fácil como no tomar la decisión en el instante correcto. 

Ahora todo es nuevo, nada es nadie, mi único placer discutir sobre el método de mis victorias, no acepto la derrota entre los pensamientos de mis días perros. Mi libertad empieza con la diversión que otorga el saber estar de algún listo que quiere deprimirse comparando datos estúpidos e insensibles. 

Deja de leer libros, grita el sufrimiento, no reniegues de tu estado mental, sal a la calle y cierra bocas.

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