miércoles, 5 de junio de 2013

La vida me cae demasiado ancha para ponerme la...

El día en el que su mayor virtud se convirtió en su peor defecto, ese día llegó, y fue hoy. Se juntaron el hambre y las ganas de comer, las ganas de saber con la ignorancia.

No hay palabras necias, sólo necios hablando, esos que son capaces de transmitir lo que nunca debería hacerse. El cansancio puede conmigo y me obliga a hacer lo que ella quiere, dirige mis miedos a su antojo y enfoca todo a la ruleta rusa. Pensamientos positivos mezclados con angustias en un tiempo que pasa demasiado lento.

¿Qué hay de eso de pensar que no vas a ser capaz de aguantar el día de mañana?. No verse capaz de sobrevivir en el día de mañana, sufrir por vivir debería ser lo último que sucediese, pero tengo miedo a eso.

Temo la distancia entre lo que quiero y lo que sucederá, no me conformo con cualquier cosa y eso siempre me ha traído disgustos, a cada paso que he dado me he encontrado una decepción, de ahí las ganas de no saber nada por nadie, ni mostrar interés a nadie por nada.

Tal vez, sólo sea un estúpido ignorante que vive en jauja o piense que la vida puede ser como uno quiere, pero en estos momentos, pienso que la vida me cae demasiado ancha para ponérmela.

domingo, 2 de junio de 2013

Reflexiones en una ducha..

Tardó dos años en entender la lección que un día le dio la vida. Nunca se paró a imaginar, ni tan siquiera pensar que consecuencias iban traer sus actos, y acaba de aprender que a la larga siempre serán malos, o no tan malos, pero podrían ser mucho mejores.

Se habla de inmadurez como si fuese algo despectivo, pero a veces no nos damos cuenta de lo felices que nos hace ser unos inmaduros. Desde siempre quisimos tener más de lo que teníamos, pretendimos aparentar ser maduros, tener más años de la realidad. Todos queremos madurar y ser mujeres y hombres hechos y derechos, pero yo quiero seguir teniendo mi parte inmadura. Esa parte de niño que hace que con tus años en mitad de un verano cualquiera, te dediques a rememorar esos juegos con los que disfrutabas cuando eras un mocoso sin preocupaciones y te emplees a fondo en atrapar a tus amigos a grito de polis y cacos.

Ahora te miras en el pasado y te llamas estúpido por actuar como lo hiciste en ese momento, por la preocupación y la presión que sentiste, por las lagrimas derramadas. Pero no tienes dedos para contar las veces que dijiste o pensaste en que no ibas a poder con ello.

Ahí estaba la vida, para demostrar que no debes preocuparte, siempre puedes conseguirlo, si te lo propones, claro.