lunes, 28 de septiembre de 2020

Cuello de botella...

Se preocupó por caminar siempre sola, llegando a dudar de si el camino recorrido fue el correcto. Poco a poco veía como en medio de la arena, las huellas marcaban otras direcciones, aunque si es cierto que unas estaban más profundas que otras.

Cuando el sol caía, las dudas se le despejaban ya que en ese momento, caminaba, recta, sin ver más allá de la nada, por lo que sabía sin dudar que ese era su camino, y cual era el destino a llegar al día siguiente. Pero al amanecer, el infierno se personificaba de nuevo a su lado, a modo de pequeños pecados y tentaciones ante las que luchar.

Descalza, caminó entre ramas, cuyos pinchos llegaban hasta el alma, entre piedras con aristas como cuchillos, y entre plumas que le ahogaban. Se paró, miró a su alrededor, no entendió, y continuo hacia el frente.

Siempre fue honrada, aunque a veces no tanto. Manchada de la sangre que perdió por el camino, creció, jugó y perdió. Recuperó y lo volvió a intentar, nunca llegó, nunca alcanzó a ver el confín del mundo. Las sirenas le cantaron, y a veces a la deriva las escuchó mientras ahogaba sus gallos en una botella. Se sintió como una pirata surcando caminos, aunque antes o después siempre se paró a pensar en lo mismo.

Fue tal su esfuerzo, que terminó por escuchar como el mundo se acabó. Cuando el tiempo paso y volvió a mirar, se encontró con el camino sin el hielo resbaladizo que le impedía tomar las decisiones adecuadas, habiendo logrado, al fin, disfrutar de los tropiezos dados durante todo ese maldito y gustoso tiempo.

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